Las tallas africanas, que ha mirado y coleccionado, produjeron en él una convulsión parecida a la que Bretón le auguraba a la belleza Surrealista, y no fue extraño que a su llegada me relatase “Impresionado de Africa” su viaje como un moderno Raymond Roussel. “Una noche me levanté y creí ver una máscara que refulgía en la oscuridad” dice Eduardo con la cara pálida de asombro. Las circunstancias quisieron que aterrizara en Burkina-Faso donde comprobó que sus pinturas y dibujos habían rondado los mismos temas que ahora veía y olía tallar. Traducir aquellos souvenirs fetiches-turístico-sagrados de toscas maderas no tenía mayor interés. Los colores, la sabana, los hombres y mujeres, todo le parecía haberlo dibujado muchos años atrás. Un taco de hojas blancas resecas quemadas por el tórrido Sol le sirvieron en el trabajo de conocimiento que es el dibujo. Cualquier esquina era un buen caballete; a la hora de comer, caminando por la ciudad... siempre echado sobre las hojas.
En las calles se arremolinan a su alrededor por la blancura de su piel, aunque lo que atraía a aquellos perpetuos diletantes era el transcurso del tiempo sobre el blanco del papel, y bien pudo ser ése el apodo que durante algún tiempo le acompañó en Burkina: “El Blanco del papel”, que por no poder entender él traducía con la respuesta: ¡Claro, por favor, es un placer poder dibujarte!
Fue en Burkina donde el destino dispuso todo para que viviese entre sus cuadros y comprendiera el origen atávico de sus pulsiones.
Julio Hontana, del texto "El Blanco del Papel" para el libro "Eduardo Alvarado, Dibujos" (80 páginas), editado con la ayuda del gobierno de La Rioja en 2002.
2007 óleo/lienzo 24 x 18 cm www.burkina-guide.com