El 28/07/2004, mi amigo (y coguionista) Antonio Trashorras, escribió en su blog “Un toque de azufre”:
“¡David ha adoptado un gato! Se lo encontró maltrecho en los soportales de su urbanización y decidió llevárselo a casa. El animal está viejito pero sano y parece muy civilizado. Debió perderse o haber sido abandonado ya que se mueve por el apartamento como quien ha vivido siempre en plan casero. David le ha puesto Bilbo, en un arrebato de lucidez freak. Da ternura, ¿eh? De momento el ancianito no me da apenas alergia cuando lo tengo cerca. Menos mal…”
Bilbo murió ayer en el Hospital Clínico Veterinario de la Universidad Complutense de Madrid, donde, tras ser ingresado hace solo tres días, se le diagnosticó un linfoma incurable.
Mi pareja y yo encontramos a Bilbo en el patio de mi casa. Dado que tenía varios dientes rotos, sospechamos que pudo haberse caído de algún balcón, y que luego debió vagar por ahí, perdido, hasta que acabó decidiendo pasar las noches en una de las macetas de nuestro patio. Como le llamabas y venía, y se dejaba acariciar, rápidamente nos dimos cuenta de que era un gato casero y no un gato callejero. Le llamamos Bilbo, porque, al igual que el hobbit vejete de El señor de los anillos, cuando llegó a nuestro patio ya había vivido todas las aventuras que tenía que vivir (nada menos que escaparse de casa y vivir solo durante vete a saber cuánto tiempo), estaba mayor y algo tocado de salud (con problemas de hígado y de riñón, de los que pronto se recuperó casi totalmente) y lo que le hacía falta era que le cuidaran, descansar y pegarse la buena vida hasta que le llegara su hora.
En realidad, cuando cogí a Bilbo en mi patio, no fue para quedármelo, sino para devolvérselo a sus dueños. Pensé que lo mismo tenía bajo la piel un chip con sus datos, pero, como cuando le llevé a la clínica veterinaria que tengo enfrente de casa para comprobarlo, resultó que no era así, yo, que nunca quise tener animales, no pude dejarlo abandonado otra vez y decidí subirlo a casa.
Y ha sido una decisión de la que no me he arrepentido en ningún momento. Ni siquiera cuando se ponía a dar golpes en las puertas de los armarios a las cinco de la mañana para que nos despertáramos.Ni siquiera ahora.
Los gatos y los perros son “máquinas de querer”, fuentes continuas de afecto que a cambio piden muy poco: comida, agua y algunas caricias. Yo ahora creo sinceramente, que la vida es mejor con ellos (¡quién me lo iba a decir a mí!). Especialmente cuando las cosas van mal, algo tan tonto como tener sentado en el regazo a una bola de pelo ronroneante, puede ayudarte a verlo todo con algo más de optimismo.
Pero no es eso de lo que quería hablar.
Porque supongo que todo aquel que haya tenido una mascota puede hacerse una idea de cómo me siento en estos momentos. Además, siempre he sido muy pudoroso para hablar de mis sentimientos. Y más en un espacio público como este.
No, de lo que quería hablar es de otra cosa.
No sólo escribo desde la tristeza, sino desde el cabreo.
Bilbo comenzó a enfermar hace siete meses, en Junio. Vomitaba prácticamente todos los días.
En seguida, le llevé a ver a su veterinaria. Como nada de lo que me decía que hiciera parecía funcionar, le llevé también a ver a otros veterinarios (alguno, especializado en gatos) para tener una segunda opinión, pero tampoco supieron explicarme qué le pasaba. “Se habrá tragado algo”, “será el hígado”, “es que está mayor..”, me decían. Increíblemente, ni a uno sólo de ellos se le pasó por la cabeza que la continua pérdida de peso (desde hace un par de meses, más del 50% de su peso total) y los vómitos que no paraban tuvieran que ver con un proceso tumoral.
Lo peor es que de todas maneras, aunque hubieran sospechado algo, la mayor parte ni siquiera disponían del equipo necesario para realizar un diagnóstico correcto.
Por supuesto, con esto no quiero decir que en general los veterinarios sean unos incompetentes. Estoy convencido de que tiene que haber de todo. Pero de lo que sí estoy ahora seguro es que por una u otra razón muy pocos de ellos están preparados para tratar problemas médicos de cierta complejidad o de difícil diagnóstico.
Por fin, hace una semana, una veterinaria muy joven, que estaba sustituyendo durante las vacaciones de Navidad a la que trataba normalmente a Bilbo, fue la que dio la voz de alarma y quien me dijo que tenía que llevarlo inmediatamente al Hospital Clínico Veterinario, dónde sí que podían realizar las pruebas necesarias para averiguar exactamente lo que estaba ocurriendo.
Pero fue demasiado tarde.
Y sí, Bilbo era mayor (aunque nunca llegamos a saber realmente su edad, once años, quizá doce o trece), pero son muchos los gatos que hoy en día llegan a vivir hasta los quince años, incluso más. Con un tratamiento correcto aplicado en el momento adecuado, esto no tenía porque haber ocurrido.
Así que, si vivís en Madrid y vuestra mascota enferma sin que ninguno de los tratamientos que le aplica su veterinario lleguen a funcionar, os recomiendo que os vayáis corriendo al Hospital Clínico Veterinario de la Universidad Complutense de Madrid, donde además de recibir un buen trato, trabaja gente que sabe realmente de lo que habla y que además dispone del equipamiento necesario como para asegurarse de si están tomando o no la decisión correcta. No resulta barato (tampoco lo son las clínicas), y a lo mejor el primer día, como me ocurrió a mí, tenéis que esperar dos o tres horas hasta que os atiendan, pero si de verdad os importa vuestra mascota, merece la pena darse un paseo hasta la Ciudad Universitaria.
David Muñoz el 12 de enero de 2008 en www.anshdmp.blogspot.com
1998 grafito/papel 21,1 x 29,8 cm