Te engañas, no has vivido... No basta que tus ojos
se abran como dos fuentes de piedad, que tus manos
se posen sobre todos los dolores humanos
ni que tus plantas crucen por todos los abrojos.
Te engañas, no has vivido mientras tu paso incierto
surque las lobregueces de tu interior a tientas;
mientras en un impulso de sembrador no sientas
fecundado tu espíritu, florecido tu huerto.
Hay que labrar tu campo, divinizar la vida,
tener con mano firme la lámpara encendida
sobre la eterna sombra, sobre el eterno abismo...
Y callar... mas tan hondo, con tan profunda calma,
que absorto en la infinita soledad de ti mismo,
no escuches sino el vasto silencio de tu alma. Enrique González Martínez