"Según Robert Hughes, el papel que le ha tocado al arte en nuestra sociedad de medios de comunicación de masas es "ser capital de inversión". Un arte político eficaz es imposible en nuestros días, porque los artistas deben ser famosos para que les escuchen, y a medida que ellos ganan fama su arte gana valor, e ipso facto se vuelve inofensivo. "En lo referente a la política, la mayor parte del arte aspira a la condición de hilo musical. Aporta una melodía de fondo al poder". Hughes volvió al ataque en un discurso pronunciado ante la Royal Academy en junio de 2004, después de que un Picasso de su primera época fuera vendido en Sotheby's por cien millones de dólares el mes anterior. Esa suma equivale al PIB de algunos estados caribeños y africanos, y, señala Hughes, "algo está muy podrido" si los muy ricos de Occidente pueden gastar esa cantidad en una pintura: "Actos como ese no honran al arte. Lo envilecen, porque vuelven patológico el deseo de arte". Citó las palabras del amigo y biógrafo autorizado de Picasso, John Richardson, que dijo que ninguna pintura valía tanto y que el comprador "tendría que haber entregado ese dinero para una causa mucho más importante". En clara alusión al tiburón sumergido en formaldehído de Damien Hirst [The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living, 1991], Hughes condenó la confianza del arte contemporáneo en las tácticas de impacto: "Sé, como la mayoría sabemos en el fondo de nuestro corazón, que en una cultura donde todo vale el término 'vanguardia' ha perdido hasta el último vestigio de su significado original". El crítico del posmodernismo Fredric Jameson comparte el pesimismo de Hughes, casi siempre por las mismas razones: "En líneas generales, la producción estética actual se ha integrado en la producción de artículos de consumo (...)"En julio de 2004 tuvimos una muestra de la reacción pública a estas tendencias cuando una celebrada obra de arte contemporáneo sufrió un accidente fatal. La obra en cuestión era un busto de la cabeza del escultor Marc Quinn realizado con casi cinco litros de su propia sangre congelada y titulado Self. Había sido comprada en 1991 por Charles Saatchi -por 13.000 libras esterlinas, según se dijo- y conservada en un frigorífico, como su naturaleza requería. Los albañiles que remodelaron la cocina en la casa de Saatchi en Eaton Square, al desconocer el contenido de la nevera, la desconectaron, y dos días después advirtieron que estaba rodeada de un charco de sangre. La ligereza con que la prensa británica se refirió al incidente no admite dudas. (...) El Times recordó sarcástico otros "accidentes" sufridos por algunas obras de arte moderno. Una creación abstracta de John Chamberlain realizada a partir de chatarra de automóviles fue retirada por los barrenderos cuando alguien la dejó momentáneamente sobre la acera a la puerta de una galería de Nueva York. Los mozos de una casa de subastas retiraron el envoltorio de papel de embalar de una silla sin darse cuenta de que era parte integral de una escultura de Christo. (...) Tanta irreverencia resultó ser un mero anticipo de la explosión humorística provocada por le incendio del almacén del Momart en mayo de 2004. Entre las víctimas se contaron dos de las obras más celebradas de la colección Saatchi: la tienda de campaña de Tracey Emin (adornada con los nombres de todas las personas con las que se había acostado) y Hell, de los hermanos Chapman (un tableau de soldados de juguete mutilados por los que Saatchi había pagado medio millón de libras esterlinas). El artista Sebastian Horley expresó la reacción general, aunque en términos menos comedidos que la mayoría: Lo único que lamento es que los artistas no hayan estado en la pira funeraria. Eso sí que hubiera sido grandioso [...]. Los artistas desempeñan el bien remunerado papel de bufones de la corte [...]. ¿Por qué han permitido que les ocurriera a ellos? Los premios Saatchi, Jopling, Turner... son premios para tránsfugas y desertores, para forajidos de cartón que se ponen de rodillas para ser premiados por una sociedad a la que juran despreciar. ¿Dónde ha quedado el desafío? ¿Por qué la generación punk se ha vuelto tan dócil, tan impotente? ¿Por qué estrecha la mano de la realeza del mundillo artístico y se mueve en los mismos círculos que su obra supuestamente denuesta? Extracto de ¿PARA QUÉ SIRVE AL ARTE?, John Carey, 2005