Hace bastante tiempo escribí a propósito de la obra de Eduardo Alvarado (Miranda de Ebro, 1972). Entonces utilicé para titular ese texto una frase -El pintor de hierro- con la intención de poder caracterizar una actitud artística no demasiado habitual en nuestro tiempo. La postura de quien, siguiendo un método creativo al margen de la moda establecida, persigue, sin cejar ni reparar en lo que le pueda distraer, un objetivo muy claro aunque, como todos los del arte, a menudo inalcanzable.
Evidentemente, la obra de un artista como éste no es sólo cuestión de actitud. La capacidad plástica y el manejo de los recursos para transmitirla son valores siempre presentes en su trabajo. Trabajo o búsqueda que alcanza el agotamiento al no dejar de dar vueltas y cuestionar su naturaleza formal. Sin instalarse jamás en ella. Una inquietud estética que apreciándose en toda su trayectoria se convierte en otro de sus alicientes.
Hoy Alvarado parece encontrarse en un periodo de purificación formal. Pintor figurativo al que se puede calificar, con esas fórmulas genéricas tan prácticas y a menudo tan poco efectivas, como expresionista, existencial o neoexpresionista, no ha dejado nunca de representar el cuerpo humano. Ahora aunque lo siga haciendo sus imágenes incluyen un destacado interés por el objeto. Estas dos referencias: cuerpo y objeto sobre un fondo, son claves para explicar gran parte de la pintura occidental de antes y, por supuesto, de la actualidad. La muestra ofrece la compleja sensación de un periodo de transición. Estímulos y técnicas diversas. En ese sentido el conjunto no alcanza la brillantez y coherencia de otras ocasiones. Sin embargo, los que seguimos la actividad artística de Eduardo Alvarado, observamos en lo expuesto un chispazo creativo que imagino está por definir, poco a poco, con la tranquilidad del que elabora sinceramente su trabajo. Ese impulso se expresa mediante una paleta mucho más clara y unos modelos peculiares. Son objetos, creados por el pintor y luego representados o tomados de la realidad para ser representados. Al contemplar esta exposición es ineludible recordar a los maestros que en el siglo XX han cultivado, si se me permite la expresión, este género. Nombres como el de Giorgio Morandi o Luis Fernández, entre otros. En sus obras la representación del objeto daba vida a la pintura, haciéndonos dudar de si esa era, más bien, la propia vida del objeto que sólo el pintor sabía captar. Pinceladas menudas en formatos medianos o pequeños que conviven con algún soporte de mayores dimensiones. Una visión menos desgarradora de la realidad pictórica pero plena de posibilidades para la personalidad creativa de Eduardo. Una pintura que seguramente crecerá y a la que en la actualidad no le estorba, cuando aparece, el gran formato.
Por Ignacio Gil-Díez Usandizaga en el Diario La Rioja el sábado 7 de noviembre de 2009.