Por momentos tengo una lucidez terrible, cuando la naturaleza es tan bella como en esos días y entonces dejo de sentirme y el cuadro me viene como en un sueño. Tengo un poco de temor de que esto tenga su reacción de melancolía, cuando tengamos la mala estación, pero trataré de sustraerme a ello por medio del estudio de esta cuestión de dibujar figuras de cabezas.
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Hacía el 2005 las circunstancias y la confusión me habían conducido una vez más al penoso trabajo de pintar usando como modelo fotografías.
Así casi dos años…
Pero un triste suceso precipitó los acontecimientos... ¡ya no podía aguantar más! Necesitaba salir. Y quería sentir que -en pintura- al menos algo era verdad. Así que me armé de valor, lo preparé todo y me fuí.
Y empezar con el paisaje me resultó difícil… ¡y gratificante también!
Toda una experiencia; que al fin y al cabo era lo que estaba buscando.
Al principio todo me pareció muy complicado: elegir un lugar solitario, transportar los materiales, aprender a colocar el caballete para que el soporte no refleje la luz y yo no proyecte sombra, valorar la conveniencia de intentarlo o no a pesar de las condiciones…
Además en el paisaje es difícil fijar un encuadre; porque no hay forma y fondo. En muchas ocasiones –por ejemplo en el interior de un bosque- no hay ni siquiera línea de horizonte. Todo forma parte del todo. Y la luz cambia constantemente.
Esto me hizo reflexionar sobre las pinturas parietales de la prehistoria y recordar que ellos no representaban elementos propios del paisaje. Probablemente porque para ellos no había distinción. Si acaso entre dentro y fuera. Pero no sobre límites ni espacios ortogonales como los que nosotros estamos acostumbrados a habitar.
Y pintar caballos no es menos difícil: ¡siempre en movimiento!
Entonces me acordé de Leonardo y de Durero. Y me imaginé a los ayudantes que seguramente amarrarían al animal, que de otro modo no habría dejado de moverse.
Igualmente difícil es dibujar una hoja o una rama cuando no se recortan sobre un fondo sino que forman parte de una masa de luces y tonos cambiantes al ritmo del movimiento del sol, las nubes o el aire que las mece.
Así que para cuando volví al estudio pude representar con facilidad el esquema sobre el que se basarían mis nuevos trabajos: un triángulo en cuyos vértices situaría la distancia, el punto de vista y la iluminación. Y en el centro de la figura el modelo concebido como forma y fondo.
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Me encuentro siempre frustrado en mis mejores capacidades por la falta de modelos; pero no me preocupo; hago el paisaje y el color sin ocuparme de saber dónde me llevarán.