Fragmento de "Carta a un rehén" de Antoine de Saint-Exupéry
Por esta razón, amigo mío, tengo tanta necesidad de tu amistad. Tengo sed de un compañero que respete en mi, por encima de los litigios de la razón, el peregrino de aquel fuego. A veces tengo necesidad de gustar por adelantado el calor prometido, y descansar, mas alla de mi mismo, en esa cita que será la nuestra.
¡Estoy tan cansado de polémicas, de exclusividades, de fanatismos! En tu casa puedo entrar sin vestirme con un uniforme, sin someterme a la recitación de un Corán, sin renunciar a nada de mi patria interior. Junto a ti no tengo ya que disculparme, no tengo que defenderme, no tengo que probar nada. Como en Tournus, hallo la paz. Mas allá d mis palabras torpes, mas allá de los razonamientos que me pueden engañar, tú consideras en mi simplemente al Hombre, tú honras en mí al embajador de creencias, de costumbre, de amores particulares. Si difiero de ti, lejos de menoscabarte, te engrandezco. Me interrogas como se interroga al viajero.
Yo, que como todos, experimento la necesidad de ser reconocido, me siento puro en ti y voy hacia ti. Tengo necesidad de ir allí donde soy puro. Jamás han sido mis fórmulas ni mis andanzas las que te informaron acerca de lo que soy, sino que la aceptación de quien soy te ha hecho, necesariamente, indulgente para con esas andanzas y esas fórmulas. Te estoy agradecido por que me recibes tal como soy. ¿Qué he de hacer con un amigo que me juzga? Si recibo a un amigo en mi mesa, le ruego que se siente, si renguea, pero no le pido que baile.
Amigo mío, tengo necesidad de ti como de una cumbre donde se puede respirar. Tengo necesidad de acodarme junto a ti, una ves más a orillas del Saona, sobre la mesa de una pequeña hostería de tablones desunidos, y de invitar allí a dos marineros en cuya compañía brindaremos en la paz de una sonrisa semejante al día.
Si todavía combato, combatiré un poco por ti. Tengo necesidad de ti para creer mejor en el advenimiento de esa sonrisa. Tengo necesidad de ayudarte a vivir. Te veo tan débil, tan amenazado, arrastrando tus cincuenta años a lo largo de horas y horas, para subsistir un día mas, en la vereda de cualquier almacén pobre, tiritando al abrigo precario de una capa raida. Te siento, a ti que eres tan francés, en doble peligro de muerte, en tanto francés y en tanto judío. Siento el precio integro de una comunidad que ya no autoriza los litigios. Todos pertenecemos a Francia como partes de un mismo árbol, y yo servire tu verdad como tu hubieras servido la mía. Para nosotros, franceses que estamos afuera, en esta guerra se trata de desbloquear la provisión de semillas heladas por la presencia alemana. Se trata de ayudaros, a vosotros que estáis allá. Se trata de haceros libres en la tierra donde tenéis el derecho fundamental de desarrollar vuestras raíces. Sois cuarenta millones de rehenes. Las verdades nuevas se preparan siempre en las cuevas de la opresión: cuarenta millones de rehenes meditan allá su nueva verdad. Nosotros nos sometemos por adelantado a esa verdad.
Pues seréis ciertamente vosotros quienes nos enseñaran. No es nuestra misión aportar la llama espiritual a quienes, como una vela, la alimenta ya con su propia sustancia. Tal vez no leáis siquiera nuestros libros. Tal ves no escuchéis nuestros discursos. Nuestras ideas... es posible que las vomitéis. Nosotros no fundamos Francia, solo podemos servirla. Y sea lo que fuere que hiciéremos, no tendremos derechos a reconocimiento alguno. No hay medida común entre el oficio de soldado y el oficio de rehén. Vosotros sois los santos.
¡Estoy tan cansado de polémicas, de exclusividades, de fanatismos! En tu casa puedo entrar sin vestirme con un uniforme, sin someterme a la recitación de un Corán, sin renunciar a nada de mi patria interior. Junto a ti no tengo ya que disculparme, no tengo que defenderme, no tengo que probar nada. Como en Tournus, hallo la paz. Mas allá d mis palabras torpes, mas allá de los razonamientos que me pueden engañar, tú consideras en mi simplemente al Hombre, tú honras en mí al embajador de creencias, de costumbre, de amores particulares. Si difiero de ti, lejos de menoscabarte, te engrandezco. Me interrogas como se interroga al viajero.
Yo, que como todos, experimento la necesidad de ser reconocido, me siento puro en ti y voy hacia ti. Tengo necesidad de ir allí donde soy puro. Jamás han sido mis fórmulas ni mis andanzas las que te informaron acerca de lo que soy, sino que la aceptación de quien soy te ha hecho, necesariamente, indulgente para con esas andanzas y esas fórmulas. Te estoy agradecido por que me recibes tal como soy. ¿Qué he de hacer con un amigo que me juzga? Si recibo a un amigo en mi mesa, le ruego que se siente, si renguea, pero no le pido que baile.
Amigo mío, tengo necesidad de ti como de una cumbre donde se puede respirar. Tengo necesidad de acodarme junto a ti, una ves más a orillas del Saona, sobre la mesa de una pequeña hostería de tablones desunidos, y de invitar allí a dos marineros en cuya compañía brindaremos en la paz de una sonrisa semejante al día.
Si todavía combato, combatiré un poco por ti. Tengo necesidad de ti para creer mejor en el advenimiento de esa sonrisa. Tengo necesidad de ayudarte a vivir. Te veo tan débil, tan amenazado, arrastrando tus cincuenta años a lo largo de horas y horas, para subsistir un día mas, en la vereda de cualquier almacén pobre, tiritando al abrigo precario de una capa raida. Te siento, a ti que eres tan francés, en doble peligro de muerte, en tanto francés y en tanto judío. Siento el precio integro de una comunidad que ya no autoriza los litigios. Todos pertenecemos a Francia como partes de un mismo árbol, y yo servire tu verdad como tu hubieras servido la mía. Para nosotros, franceses que estamos afuera, en esta guerra se trata de desbloquear la provisión de semillas heladas por la presencia alemana. Se trata de ayudaros, a vosotros que estáis allá. Se trata de haceros libres en la tierra donde tenéis el derecho fundamental de desarrollar vuestras raíces. Sois cuarenta millones de rehenes. Las verdades nuevas se preparan siempre en las cuevas de la opresión: cuarenta millones de rehenes meditan allá su nueva verdad. Nosotros nos sometemos por adelantado a esa verdad.
Pues seréis ciertamente vosotros quienes nos enseñaran. No es nuestra misión aportar la llama espiritual a quienes, como una vela, la alimenta ya con su propia sustancia. Tal vez no leáis siquiera nuestros libros. Tal ves no escuchéis nuestros discursos. Nuestras ideas... es posible que las vomitéis. Nosotros no fundamos Francia, solo podemos servirla. Y sea lo que fuere que hiciéremos, no tendremos derechos a reconocimiento alguno. No hay medida común entre el oficio de soldado y el oficio de rehén. Vosotros sois los santos.