Por Xabin Egaña (1958 - 2006) en Diario de un Peregrino
La hondura que forma el pliegue de la montaña abriga una pequeña concavidad. En el interior de la cueva el agua petrificada forma estalactitas y estalagmitas.
En silencio el transpirar de la piedra no es más que un ligero tañido ambar, un tic-tac preciso e hipnótico latir. Desde lo más remoto, el eco del tiempo.
Al principio parece imperceptible el agua, sólo las ondas del charco son proyectadas en la pantalla. Reflejos en movimiento iluminan la caverna, indicando el continuo fluir ya tintineante un poco más abajo.