29.5.19

SIN ESPERANZA, NI MIEDO

Creo en la pintura porque creo en su capacidad para expresar la verdad. La fe en la pintura es mi camino y mi forma de vida. 
El acto de fe que es creer implica, en la forma en la que esa verdad se expresa, a los dos factores que determinan el axioma: el objeto en el que se cree y a la persona que realiza el acto de creer.
La naturaleza del primer factor, la pintura, es tan esencial que califica a las cualidades del que la ejecuta.
En cuanto al segundo factor, solo devendrá plenamente pintor a través de la gracia que le permite entrar en humilde conexión con el primero. Pero será fundamental entender este acontecimiento como condición previa. Es en este momento cuando intervienen la relación entre la fe y la pintura para indicar que pintar es un método de conocimiento. De ahí la riqueza de las diversas expresiones dependiendo del modo en el que la verdad y la individualidad se encuentren.
Este es el motivo por el que pintar supone la realización de un acto libre, altruista, no programático y asociado a la acción de conocer, que sólo es posible si responde a una exigencia: que corresponda a la verdad para así abrirse a un sentido trascendente.
A la verdad el pintor la percibe materializada en la realidad, pues no necesita de nadie que dé testimonio en su favor, pero sólo asumiéndola encontrará un generoso lugar donde expresarse y que le permitirá conocerla según su individualidad.
De hecho, este conocimiento sólo se obtendrá en el futuro. Por ello, el modo más avanzado proviene de la asunción del misterio como medio para comprenderla y expresarla, y es a través de él cómo percibirá su clave interpretativa. Ese misterio será percibido a través del ejercicio de unas prácticas e ideas que son el punto de inserción de lo infinito en el espacio y de lo eterno en el tiempo. De ahí las dimensiones cosmológicas de esta exigencia, que son las que le permitirán al pintor percibir su acto de forma plenamente libre, pues la libertad es un acto que se hace mayor en la medida en que se abre a un espacio más grande que el suyo propio. 
Así, el fiarse de la realidad le permitirá descubrir que su obra sólo puede realizarse corriendo el riesgo de abandonarse al futuro, que siempre es desconocido, y será la fe en la pintura la que le habilite esta capacidad: su libertad de entregarse al misterio como espacio de expresión cada vez mayor y en un acto de abandono al que se compromete sin posibilidad de delegar en otro.
Finálmente, el acto de pintar posee una ulterior cualidad: la universalidad. El pintor, en el momento en el que realiza la acción que le permite acoger dentro de sí el misterio de pintar, producirá una obra más universal, por lo que la fe en la pintura no es una propiedad del pintor, sino una herramienta para transmitir la verdad.
De ahí la importancia de la exposición, so pena y riesgo de que quede incompleto el sentido de la acción de pintar.

Eduardo Alvarado