9.8.10

EL DESIERTO

Fragmento de "Carta a un rehén" de Antoine de Saint-Exupéry

Viví tres años en el Sahara. Soñé, también yo, después de tantos otros, con su magia. Cualquiera que haya conocido la vida en el Sahara, donde todo es aparentemente, mera soledad y desamparo, llora aquellos años, a pesar de todo, como los mas hermosos que ha vivido. Las palabras “nostalgia de la arena, nostalgia de la soledad, nostalgia del espacio” solo son formulas literarias y no explican nada. Pero ahora, a bordo de un paquebote hormigueante de pasajeros hacinados unos contra otros, me pareció que por primera vez comprendía el desierto.

Ciertamente, el Sahara solo ofrece hasta donde se pierde la vista, una arena uniforme, o mas exactamente -puesto que allí las dunas son raras- una grava guijarrosa. Allí uno se baña en las condiciones mismas del tedio. Y sin embargo invisibles divinidades nos construyen una red de direcciones, de pendientes y de signos, una musculatura secreta y palpitante de vida. Ya no es uniformidad. Todo se orienta. Ni siquiera un silencio se parece a otro silencio.
Hay un silencio de paz cuando las tribus están reconciliadas, cuando la noche recoge su frescor; es como si hiciéramos alto, con las velas recogidas, en un puerto tranquilo. Hay un silencio de mediodía cuando el sol suspende los pensamientos y los movimientos. Hay un silencio falso cuando el viento del norte ha cedido y la aparición de insectos arrancados como polen a los oasis del interior, anuncia la tempestad del Este, que trae arena. Hay un silencio de confabulación cuando se sabe, de una tribu lejana, que esta fermentando. Hay un silencio de misterio cuando se anudan los indescifrables conciliábulos entre árabes. Hay un silencio tenso cuando el mensajero tarda en volver. Un silencio agudo cuando se retiene la respiración, por la noche, para escuchar. Un silencio melancólico si se recuerda a quien se ama.

Todo se polariza. Cada estrella fija una dirección verdadera. Son todas estrellas de reyes magos, todas sirven a su propio dios. Esta indica la dirección de un pozo lejano difícil de ganar, y la extensión que los separa de ese pozo pesa como una muralla. Esa indica la dirección de un pozo agotado, y la estrella misma parece agotada, y la extensión que os separa del pozo seco no tiene pendiente. Aquella otra estrella sirve de guía hacia un oasis desconocido que los nómadas os han alabado, pero que la disidencia os veda, y la arena que os separa del oasis es césped de cuento de hadas. Tal otra indica la dirección de una ciudad blanca del Sur, sabrosa, al parecer, como un fruto que invita a hincarle los dientes. Aquella la del mar.

Por ultimo, polos casi irreales imantan de muy lejos el desierto: una casa de infancia que permanece viva en el recuerdo; un amigo del cual no se sabe nada excepto que es.

De tal modo os sentís tensos y vivificados por el campo de fuerzas que os atraen u os rechazan, os solicitan u os resisten. Os encontráis bien fundados, bien determinados, bien instalados en el centro de las direcciones cardinales.

Y como el desierto no ofrece ninguna riqueza tangible, como no hay nada que ver ni que oír en el desierto, se esta constreñido a reconocer -puesto que ahí la vida interior, lejos de dormirse, se fortalece- que el hombre esta animado al comienzo por solicitaciones invisibles. El hombre esta gobernado por el espíritu. En el desierto, valgo lo que valen mis divinidades.