2.9.12

FETICHES, MEMORIA

El pasado mes de julio tuvo lugar la XXI Edición de la Feria Internacional de Arte Contemporáneo ARTESANTANDER 2012, que contó, entre otras prestigiosas galerías, con la participación de la Galería de Arte Contemporáneo Espiral, que presentó el proyecto artístico "FETICHES" del artista Eduardo Alvarado

El comisariado del proyecto, incluido el texto que a continuación acompaña a las imágenes, y el diseño expositivo, fueron autoría de D. Julio Hontana Moreno.

Soledad Lorenzo conversa con Eduardo Alvarado durante la inauguración de ARTESANTANDER 2012.

La obra de Eduardo Alvarado (Miranda de Ebro, 1972), se compone principalmente de dibujo y pintura. No en vano, él se define pintor; su obra no le desmiente. Aunque el volumen de trabajo en estas dos disciplinas adquiere dimensiones monumentales, mantiene una actividad escultórica silente, protegida de los focos de las galerías de arte y la mirada de la crítica, bautizada por el autor con el nombre de fetiches. Sin duda el sesgo mágico y cultual que pretende al denominarlas de manera tan precisa tiene que ver con el contacto que durante años el artista ha tenido de forma directa con la cultura africana, principalmente, y a través del estudio con las tradiciones rituales de otros pueblos primitivos. Esta actividad artística absolutamente privada, le lleva a crear ídolos y máscaras de barro, que, ahora sabemos, han servido de base para muchos de sus trabajos posteriores, tanto en dibujo como en pintura. Precipitados escultóricos, me atrevo a sugerir, que atañen a conceptos que no encuentran acomodo en los soportes y técnicas a las que está habituado el artista y que, poco a poco, van sedimentándose en el campo de la escultura de manera enigmática incluso para el pintor.


Permítanme que intente dar forma en un breve pasaje literario a un suceso que en su día me contó el pintor que nos ocupa. Los protagonistas -sus hijos y él mismo, si son ciertas mis sospechas- hicieron de una tarde primaveral apocalíptica una aventura de infancia memorable; como todos los padres y madres cuando cogen el ritmo a eso de la imaginación. Escribo solo lo que recuerdo, culpa de mi delicada retentiva. Pero, de igual forma que un retrato guarda con el retratado un origen pactado, a veces nada más, nuestro artista comprenderá que las imágenes se fusionen con ideas afines y muchas, muchas veces, se alejen de los hechos objetivos para entender la auténtica dimensión del relato. Me interesó entonces la inocencia con la que surgían las imágenes en su descripción y la nitidez con la que reconocí en el colofón de la historia el nacimiento de una de sus esculturas: 

“La tarde quiso morir soleando tras la rabiosa tormenta. El campo embarrado contrastaba con el verdear de las viñas de mayo. Tras la lluvia todo brillaba y los animales se anunciaban por tierra y aire. Escuché a unos niños que caminaban tranquilos hacia el río. Se detuvieron ante un gran agujero en el asfalto espejando sus rostros en el agua. Vistieron jugando sus orillas con hojas nuevas que el viento arrastró a la carretera. Chapotearon furiosos con los palos en el improvisado lago, se ensuciaron e insultaron. -¡El planeta tiene agua!- gritó el pequeño justo cuando el más alto, con una enorme piedra entre sus manos anunciaba -¡Cuidado… cae un meteorito!”-, y el tercero dramatizaba la destrucción muerto de risa. De repente el impacto de la piedra hizo llover hacia arriba. La naturaleza del descubrimiento les paralizó. Habían visto nacer un Géiser. La física se reveló hermosa. Sin agua, asustados, clavaron en el cráter resultante sus ramas-lanzasbastón-arco, lo llenaron de lechetreznas coronadas por una pluma de paloma y regresaron al pueblo, corriendo. Ni la belleza ni la noche, evitarían la Luna.”










Ver dibujar a Eduardo Alvarado supone una experiencia visual contradictoria e inolvidable; como si viésemos llover del suelo. No prioriza una técnica por encima de otra porque sabe que el dibujo nunca estará concluso: “Mediador entre contrarios, el dibujo, como todo lo que define, queda sin definir, imperceptible como la inteligencia”. Ni tampoco esconde el mundo de formas a los que se ató en el pasado sin elección piensa. Miles de papeles van y vienen como planetas colisionando en el taller, meteorizando la mente del pintor y desgastando la vida del soporte. Frágiles papeles que se pensaron inmortales y en manos de Alvarado están en perpetua discusión, condenados a seguir cambiando como cambia el pintor y, llegado el caso, como preludio de lo inevitable, a desaparecer. Todo es fragmento a la espera de revisión, en letargo permanente. La obra entra en crisis con tanta frecuencia que solo una documentación exhaustiva, un registro de cada uno de sus estados, nos permitiría comprobar la tragedia que comporta pretender la belleza. Pero aunque la obra se acumula formando un archivo a disposición del artista como una herramienta de trabajo más, el mismo concepto de archivo se pervierte al servir de plataforma para continuar transformándolos sin nostalgia por lo que pueda quedar oculto y perderse. El pintor no es un iluso: Crear obliga a destruir. En esas están los artistas, en salvaguardar un ápice de su tarea ya sea en arrinconados papeles, o en escondidos escritos, creyendo además, con más fe que ciencia, que aquello que a duras penas han rescatado de la inmundicia es lo valioso, lo que fecundará la obra posterior.

Nunca se puede estar seguro de la finalidad de la obra, aunque podamos reconocer en los papeles un cuerpo, una máscara, una piedra, unas hojas, ya ven, nada nuevo desde hace años: nunca el mismo cuerpo, pero un cuerpo. Por ello, quizás, un dibujo da paso a un cuadro, el cuadro a una escultura, la escultura a un paseo, el paseo a un dibujo (a otro), y en el caso que presentamos a esta exposición: la escultura como punto de partida de dibujos y pinturas.

Su obra se construye en la desintegración y el tiempo, diluyendo la persistencia tiránica del presente en la infinitud de una obra siempre inacabada. Así, toda la materia plástica creada, que es convulsa y copiosa, comparte espacio psicofísico con el artista, como si dibujar, pintar o esculpir fueran acciones encaminadas a fabricar otro cuerpo, desde la piel hasta el tuétano, cuyas células se regeneran continuamente al contacto con lo innombrable. Sorprende en Eduardo Alvarado que, inmerso en la turba de aparente desorden al que se ve expuesto con el único consuelo de la memoria, cercado por el desasosiego para asimilar la barbarie creadora impuesta por el oficio, en este desgaste prolongado que es su vida de pintor, aún mantiene la pasión y una inquebrantable voluntad de verdad que asombraría a Nietzsche. Es por ello que este ir y venir de disciplinas a de entenderse como un salto metodológico, un abandono temporal de la gestualidad dominante, con la sana intención de enfriar conceptos o depurar permanentes imágenes. La escultura, lo que él llama “fetiches”, precipitados escultóricos, nacen de un estado emocional que Eduardo conoce muy bien, una especie de “vaciamiento interior”, como el del agujero en el asfalto del relato introductorio; cuando las energías invertidas a fondo en la pintura y el dibujo devienen extenuación.

Esculturas, llamémoslas “precipitados”, constructos tridimensionales, creados a base de urdir un tejido compuesto de huidizos conceptos y no tanto por experiencias onírico rituales al estilo de los surrealistas, por mucho que en ocasiones utilice como punto de partida de algunos trabajos un frottage, un grattage, o un collage. La creación de sus fetiches representa una actividad de liberación plástica donde las intenciones chamánicas se concretan en tentativas de máscaras, tótems, ídolos o Venus que además de romper con la artificiosa pantalla de la pintura, tiene el valor de reorientar la capacidad perceptiva del artista, ampliando la generación de formas contenidas por la terquedad de la costumbre.

Conversando en su taller, Alvarado lo cuenta así: “Modelando estos fetiches, tengo la sensación de estar proveyendo a la pieza de una energía, un calor, que en escultura mana con sencillez, continuamente, y que tiene una relación con el cuerpo mucho más directa que la pintura. Desgraciadamente, me es absolutamente desconocida su fuente. Trabajo en ellas cuando lo percibo, nada más. Y nos contemplamos a lo largo del tiempo”. En estas digresiones entonadas con acento de Lord Chandos, subyace una pulsión emocional de la que el artista no puede, no sabe, ni quiere desprenderse, y que considera un advenimiento provechoso para la obra y su vida.


© del texto: Julio Hontana Moreno